La epidemia alcanza sus niveles más bajos en México

Núcleos urbanos como la capital se han saturado de contagio, y aunque hay presencia de nuevas variantes foráneas, quizá no es tanta como en otros países. A todo ello hay que sumar un concepto al que el mundo se ha ido habituando: el de inmunidad.

México ha sido uno de los países que más ha sufrido con la pandemia. Cientos de miles de muertes divididas en dos grandes picos que, hoy, se encuentran en su valle más pronunciado desde prácticamente el inicio del problema.

Desde el inicio de la lenta pero inexorable subida de la primera ola, México no registraba un nivel de fallecimientos diarios tan bajo. Aún teniendo en cuenta la salvedad de los naturales retrasos entre momento de fallecimiento y curva epidemiológica, estos bajos volúmenes son notables. Hay varios factores que pueden ayudar a explicarlos, sobre todo en contraste con la tendencia al alza que presenta la pandemia en el mundo entero. Todos pasan por un concepto al que tanto México como el mundo entero se ha ido habituando: el de inmunidad.

El cuerpo es capaz de desarrollar ciertas defensas para contrarrestar tanto las enfermedades de origen contagioso como los virus que las provocan. Estas defensas pueden adquirirse por infección pasada, gracias a la que el cuerpo aprende cómo repeler las siguientes. También se puede ganar por medio de la vacunación.

Desde finales de diciembre, México ha administrado alrededor de 15 dosis por cada 100 habitantes. Menos de la mitad (apenas un 6%) dispone de la pauta de vacunación completa, que para el caso de todas las vacunas empleadas en el país es de doble dosis. Resulta difícil que esta incidencia haya supuesto un freno significativo al contagio o a la enfermedad que de él se deriva. En los datos, apenas se adivina que los mayores de sesenta años sí tienen un descenso ligeramente mayor durante abril de las muertes, pero parece difícil sacar conclusiones fuertes.

La otra vía para la inmunidad es mucho menos segura, pero quizás se ha tocado un cierto techo en algunas partes del país. Tanto la generación de anticuerpos como el desarrollo de herramientas en ciertas células (B, T) es común y observable después de una infección con SARS-CoV-2. Su fuerza, eso sí, no es constante ni en el tiempo ni entre personas. En algunos cuerpos se puede desarrollar mejor que en otros, y acaba por ir perdiendo capacidad de defensa conforme pasan los meses.

Aun así, el fuerte impacto del virus en capitales, particularmente en la Ciudad de México, podría haber equipado a una parte mayoritaria de la población con estas herramientas.

Lo ha hecho a un coste descomunal en vidas humanas, eso sí. Y ni siquiera es un seguro para siempre. La primera razón es la mutación: el patógeno es capaz de adaptar sus formas de ataque para esquivar parcial o totalmente la inmunidad. Siguiendo una lógica evolutiva, la inercia del contagio produce miles de mutaciones que sirven como “pruebas de enganche” en el cuerpo humano. Algunas, por ser más eficaces en ello o por otros factores genéticos o poblacionales, logran sobrevivir esquivando en cierta medida las defensas desarrolladas en el pasado.

El Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (Indre) anunciaba esta semana que ha detectado la presencia de las variables de origen británico (B.1.1.7) y brasileño (P1) en el país. Pero, a diferencia de lo que ha sucedido en Colombia o Chile (ambos compartiendo frontera y conexiones intensas con Brasil), dicha detección acaba de tener lugar, cuando ya es probable que lugares como la Ciudad de México estén en los entornos del 60% o 70% de incidencia acumulada. Esa falta de importación temprana de las variantes, unida a las altísimas olas del pasado, estaría salvando a México de los terceros picos que sí se han visto en países como Colombia.

Sin embargo, cabe aclarar que dichos porcentajes estimados no se traducen, ni mucho menos, en inmunidad de grupo permanente. No solo es que las defensas varíen entre personas y en el tiempo, además de en su capacidad para confrontar nuevas mutaciones. Sucede también que estas medias proporcionan una imagen en exceso simplificada de los espacios que le quedan al virus para sobrevivir. Lo esperable es que la mayoría de personas que ya se han contagiado pertenezcan a sectores afines entre sí, que con relaciones más intensas entre unos y otros. La otra cara de la moneda es que si el virus logra introducirse en los que quedan aún podría, si no crecer significativamente, sí al menos aguardar tiempos mejores (una mutación, un descenso de las defensas por el paso del tiempo). Por ello, y hasta que la verdadera inmunización a través de vacunas no alcance a una amplia mayoría, México no puede cantar victoria.